miércoles, 18 de diciembre de 2013

Suena a Febrero.

En ocasiones da la sensación de que pasamos la vida esperando a que suceda algo que nunca llega. Esperar es lo nuestro.

En las relaciones, así como en la vida, se llega a un extremo en que, o sucede un cambio y se da un paso más, o solo nos queda ser espectadores y ver como se produce una degeneración progresiva, sin ser conscientes en la mayoría de los casos.

Ese día yo sentí la necesidad y decidí dejar de hacerlo, dejar de esperar. ¿Por qué esperar? ¿Por qué ese miedo a decir “yo necesito más”? ¿Por qué ese vértigo a anticipar el fin o a propiciar el cambio? Decidí que era necesario decir lo que sentía: La verdad. Esa que dice que podría esperar eternamente pero que no estoy dispuesto a hacerlo porque, por desgracia, solo tengo una vida. Y cada día que pasa sin que nada cambie, estoy perdiendo la oportunidad de sentirme pleno y, quizás, la de volver a intentarlo.

Fue muy liberador. Hoy soy más feliz. Me di la oportunidad de serlo, sin riesgos, sin dudas y sin miedo.